martes, 23 de abril de 2013

sábado, 23 de marzo de 2013

Bicentenario del nacimiento del explorador David Livingstone

El 19 de marzo de 2013 se cumplieron 200 años del nacimiento del médico y explorador escocés David Livingstone, "El buscador de ríos", descubridor del río Zambeze y de las cataratas Victoria, y cuyos restos descansan en la londinense abadía de Westminster (aunque su corazón quedó para siempre en suelo africano, enterrado a la sombra de un árbol). 

Con motivo de este aniversario, se han sucedido diversos acontecimientos en diferentes partes del mundo (información en inglés aquí), especialmente en Escocia, su patria natal, donde, entre otros actos, destaca la exhibición Doctor Livingstone, I Presume?, en el Museo Nacional de Escocia.
 
Monolito en Chitambo (Zambia), en el lugar donde murió Livingstone (Foto: Flickr/Openafrica)

domingo, 6 de enero de 2013

"Colinas que arden, lagos de fuego", nuevo libro de Javier Reverte

Acaba de caer en mis manos el último libro del maestro de la literatura española de viajes, Javier Reverte, a quien, además de leer con fervor, admiro profundamente. Doy por hecho que este libro no me defraudará y ocupará un lugar privilegiado en mi librería, junto a otros memorables títulos del mismo autor ("Vagabundo en África", "Corazón de Ulises", "Los caminos perdidos de África", "El río de la desolación", "El río de la luz",...). Sé de antemano que, como en anteriores ocasiones, la lúcida prosa de Javier - aderezada con un vasto trabajo de documentación y análisis de la Historia - me trasladará a lugares que nunca conoceré en persona pero que, en cierto modo, visitaré en presente y en pasado.
 
Seguidamente, y en relación a la aparición de "Colinas que arden, lagos de fuego", reproduzco un artículo escrito por Javier Reverte que apareció en la revista Viajes al pasado:

Como ya ha anunciado amablemente esta página viajera, acabo de publicar un nuevo libro de viajes por África (Kenia y Tanzania), al que me ha dado por titular poéticamente “Colinas que arden, lagos de fuego”. En cierto sentido, es un título también real, pues crucé caminando cordilleras tan batidas por el sol que parecían arder y los dos lagos a los que me asomé, el Turkana y el Tanganika, se incendiaban en los soberbios atardeceres.
 
Tras la publicación en 2002 del tercer libro de mi trilogía de África, “Los caminos perdidos de África”, me había prometido no volver al continente negro. Pero África es como una mala mujer de la que estás enamorado sin remedio. Y regresé en 2008 y 2009. No pensaba escribir sobre el asunto, pero África te obliga a escribir sobre ella: es como un jefe maligno que siempre te impone obligaciones.
 
Y ahí está el libro.
 
Me he jurado, de todas maneras, no volver a viajar a África ni escribir una línea más en mi vida sobre ello. Pero ya se sabe que el hombre es un animal que falta con frecuencia a sus promesas y juramentos, lo que nos hace merecedores del infierno. Hace unos días veía un vídeo, incluido en esta página VaP, de un viaje por Suráfrica, Malawi y Mozambique, y después de leer un estupendo texto de mi tocayo Javier Brandoli, el gusanillo africano empezaba a picarme de nuevo. ¿Y por qué no volver?
 
La primera vez que escuché hablar del “mal de África” yo no había viajado al continente más allá de la cordillera del Atlas. Me explicaron que consistía en una extraña enfermedad del corazón que te impulsa, cuando ya has pisado las tierra subsaharianas, a volver allí una y otra vez.
 
Y fui. Y contraje la enfermedad. Y no hay vacuna ni hay cura. En una ocasión me salvé de la malaria en el Amazonas, pero del “mal de África” no he podido sanar. Me moriré con esa enfermedad.
 
¿Y escribir sobre ello? Es imposible sustraerse: porque cuando tomas la pluma para recordar los días pasados en el continente, regresan junto a ti los aromas y los hedores, las voces, los colores y el sabor de todo lo africano. África fatiga, pero en cierto sentido sucede con ella lo que con la antigua “mili”: que al paso del tiempo, sólo te acuerdas de lo bueno. Y llegas a añorar el polvo de los caminos y el cansancio de las horas a bordo de desastrosos “matatus” o “dalla-dallas”.
 
En su lecho de muerte, muy joven aún, devorado por la malaria, el explorador escocés Joseph Thomson dejó dicho: “Si pudiera levantarme, me calzaría ahora mismo las botas y me iría a vagabundear por África”.
 
Pues eso.